No nacimos para ser madres!
- Kamo Mendivil
- 7 may 2016
- 5 Min. de lectura

Colección Boy O Boy II - Julie Heffernan
La Maternidad no debería ser un sacrificio, sino una elección que no suprima nuestro ser mujer.
Sí, podría parecer imposible pensar que si se nace mujer, con un útero habilitado para engendrar, tendrás que ser madre. Con la revolucionaria aparición de los métodos anticonceptivos, con esos más de 50 años de la píldora anticonceptiva, se hizo mucho más evidente que si nacimos mujeres, no necesariamente nacimos para ser madres.
A muchas colegas y amigas que pasan los 30 años, me han confesado que están hartas que estando casadas o solteras, les insistan en que ya es hora de ser madres, cuando ellas en su reflexión y autodeterminación han decidido no serlo, o por lo menos se están dando una licencia para decidirlo. Pero frente a sus decisiones quienes les rodean les afirman con lástima qué pobre de ellas llegar a viejas sin hijos, sin nadie quien las cuide.
Pero hoy les voy a hablar sobre aquellas quienes ya somos madres, sobre aquellas quienes debimos aprender a dar el seno y a no asustarnos con los primeros días que tuvimos a un bebé en nuestros brazos y que literalmente no sabíamos qué hacer, y quienes aunque les cueste confesarlo, se preguntaron sobre ¿cómo era ese instinto maternal del que nos hablaban? Porque también nos desesperamos la primera noche, porque eso no venía en los juguetes de entrenamiento que recibimos toda la infancia las niñas para aprender a ser jugar a pequeñas madres.
En mi segundo año como mamá, en esta víspera día de la madre, es inevitable recibir múltiples mensajes prefabricados por la redes sociales, sobre las funciones de las madres, esas casi santas que albergan la vida y colman su maternidad con una serie de sacrificios que sus descendientes reconocen, aunque les haya costado entenderlo, sólo cuando se cumple ese adagio popular “hija eres y madre serás”. Pero y si esa hija se toma el derecho a decidir si quiere ser madre o no?. Ese sacrificio se sacraliza a las madres además está cargado de una continua cadena de discriminaciones que se invisibilizan detrás del amor servil, del cuidado que las madres ejercen, supuestamente, por naturaleza a sus crias.
Las tareas de cuidado fueron asignadas precisamente para sostener sin ningún costo el sistema económico capitalista, para que los hombres pudieran salir a trabajar. Y además, el convencimiento de que el ser mujer de forma obvia te convierte en madre potencial, se sustentó en la necesidad de seguir pariendo a las futuras manos obreras. Esa herencia del derecho del primogénito varón a adquirir los derechos del padre, y excluir a las mujeres porque ellas estarían inevitablemente encargadas del ámbito privado, ha remarcado el sacrificio implícito de permanecer en el hogar al cuidado de enfermos, hijos, hijas y ancianos si ninguna remuneración.
Pero el otro lado del sacrificio viene amarrado a dos fenómenos que se viven en nuestras sociedades caribeñas y colombianas.
Una de ellas es el de las madres solteras, quienes tuvieron un embarazo no planificado producto de un affaire y que en la aceptación cultural de la paternidad irresponsable han tenido que cumplir el doble papel de padre y madre en la responsabilidad social de la crianza, y de proveer de bienestar a sus hijos e hijas luego del abandono de su pareja ocasional. Otras en la ausencia de sus parejas permanentes, porque enviudaron o simplemente se divorciaron, y la sociedad les cargó la única responsabilidad del cuidado, porque “eso le toca a las madres”.
Por otro lado, están las madres quienes conviven con su parejas permanentes, y hablo especialmente de aquellas madres quienes también comparten la responsabilidad económica de sus hogares, aquellas que salen a trabajar a la par de sus maridos, pero que siguen ejerciendo las tareas del cuidado, bajo el mismo legado heredado que les ha predeterminado al cuidado, con el supuesto pretexto de que las mujeres lo saben hacer mejor. Estas mujeres, incluyen hasta tres jornadas laborales, entre esas las no remuneradas, al tener que madrugar y trasnochar por cocinar, lavar la ropa, planchar, entre otras actividades de cuidado, mientras su pareja se toma el derecho de descansar. El sacrificio que bien refieren los mensajes que circulan por las redes sociales, no es más que la legitimación de una servidumbre que se ha naturalizado en las manos y los corazones de las mujeres, y toda aquella afrenta que se haga de eso establecido, sin duda no hará esperar las condenas por “la mala madre” o la “madre irresponsable”.
En varias de las conferencias, encuentros y talleres que he compartido, no han faltado las expresiones que afirman que la debacle de la juventud y de esta sociedad se debe a la incursión de las mujeres madres al mundo laboral. Si bien ha sido un fenómeno social, el cambio igualmente debe ser replantear los roles en las tareas de cuidado, donde los hombres también se sientan responsables de ello, y en el que también se concedan el derecho a gozar de la paternidad en todas sus dimensiones. Es decir, el cuidado de niños y niñas es responsabilidad compartida, de padres y madres y no tener que someter a las madres a una continua cadena de servilismo por el solo hecho de ser mujer.
Un tercer asunto que me inquieta es la maternidad forzada. Esa que llega al cuerpo de las mujeres sin pedirlo, aquellas que de forma violenta un desconocido justificó sus actos y decidió sobre ellas. Otras porque en el afán de experimentar en la adolescencia, muchas chicas se ven expuestas no sólo a embarazos, también a enfermedades e infecciones de transmisión sexual. Y aquí quiero detenerme en la doble moral de nuestra sociedad. El embarazo adolescente no podrá ver una salida hasta que no resolvamos esta paradoja: mientras a las chicas se les prohíbe la información y se le condena al placer, a los chicos se les empuja constantemente a demostrar su hombría por las relaciones sexuales que pueda sumar en su lista de honor varonil. ¿No es contradictorio este discurso?. ¿A qué les estamos exponiendo?.
En esta fecha en la que se renace anualmente la gratitud hacia las madres, si bien valoro esa entrega que sin cuestionarse nos han entregado todas las madres, y que sin duda no escatiman ningún esfuerzo en entregar su ser mismo para parir y cuidar a sus hijos e hijas, y dentro de las que inevitablemente agradezco a la mía por todo lo que entregó en cuerpo y alma; debo también dar la tranquilidad a muchas mujeres que se han hecha alguna vez la misma pregunta con esta respuesta:
Nosotras no nacimos para ser madres!
Nacimos mujeres para encontrar maneras de definirnos y redefinirnos, para tener la posibilidad de tomar decisiones sobre nuestro cuerpo y si en el camino pudimos traer seres a este mundo, no nos sintamos solas en la responsabilidad de la crianza. El amor de madre no se mide sólo en sacrificios, sino en la compañía que la familia y la sociedad también tiene sobre el futuro de los próximos ciudadanos, nuestros hijos e hijas.
Por las madres!
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