Ovejas Negras
- Kamo Mendivil
- 8 sept 2016
- 3 Min. de lectura

Foto Cortesía Martha C. Romero.
A ese grupo de gente que aloja en el poder transformador de la comunicación sus fuerzas e impulsos, a ese grupo de gente que tras las cámaras, las letras, los micrófonos, los sonidos, las imágenes, las palabras, confiamos en la capacidad de la humanidad de ser cada vez más humanos, dedico hoy esta columna. Con apenas un pequeño recorrido me asomo tímidamente a aquello en lo que quisiera convertirme: una oveja negra.
“Eres comunicadora? Ven arréglame este VHS, toma la foto que estudias periodismo, ahí está la próxima presentadora de noticias”, eran las reducidas asociaciones que se comentaban en las reuniones cuando revelaba que estudiaba una carrera que no se terminaba de entender para qué mas servía.
Como complemento, justo en estos días después de 17 años de entrar a la comunicación social, una profesora de Comunicación, excompañera, me dice de frente con sonrisa en boca“tú con ese cuento del feminismo, si no te conociera pensaría que eres lesbiana”. Por supuesto le respondí con la misma sonrisa mientras pensaba que no valía la pena desgastarme en ese pasillo explicándole algo opuesto de lo que ha invertido convenciéndose toda su vida. Pero así mismo pensé que para mi papá lo que hago se vuelve una especie de pérdida de tiempo; a mi mamá le ha costado un poco entender por qué soy tan contestataria; mi esposo ya se ha acostumbrado cada vez más a compartir cama, mesa, parque, cine, marchas con una comunicadora feminista; mi hermana no termina de entender a qué me dedico; la mayoría de mis tíos y tías no saben a ciencia cierta qué es lo que hago; mi director de tesis me dice que no “muestre tanto las plumas”; mis amistades de la universidad me perciben con cierto pesar por cómo pienso. De alguna forma he sido una oveja negra, no por poner a prueba mi integridad, principios o ética, sino porque decidí entrar a un mundo al que casi todo el mundo le voltea la cara.
Y de alguna manera me sentí divagando cuando llegué a ser profesora, cuando hacía investigación, cuando disfrutaba en los pueblos rodeada de gente olvidada hablando sobre los futuros posibles, sobre las formas de vernos y sentirnos diferentes pero iguales, en lo que nos hace similares más que diferentes, en las maneras que podrían tener desde el ostracismo al que les condernaron más herramientas para definirse a sí mismos y a sí mismas y contarlo y encontrarnos desde sus propios y mutuos lenguajes.
Pero el corazón se me hincha cuando escucho, leo y veo a otras ovejas negras. Y siento que no estoy sola, que también han sentido que deben reaccionar frente las incomodidades de nuestro mundo tanto como yo, que decidieron transitar la comunicación en la lava que derrite la final de las sobras y no en la cúspide de la erupción, del espectáculo y el brillo.
Hace un par de días se dio nuevamente el escenario. Y a partir de las reflexiones de personas que ya caminan el sendero con ventajas en tiempo, saberes y conocimientos, nos reunimos algunas personas curiosas a un taller sobre Comunicación para la Paz. En una de las experiencias se contó la de una emisora liderada por el profesor e investigador Antoni Castells en una cárcel de Xalapa (México). Y en su recuento nos mostraba cómo a partir de una canción traducida del catalán llamada La Oveja Negra, los reclusos con los que trabajaba se autodefinían como ovejas negras por ir contracorriente, de modo que ese fue el nombre que le habían asignado a su programa musical intramuros.
La promesa de seguir coincidiendo y aunando esfuerzos explotó al finalizar los tres días de trabajo. Y sin darnos cuenta pensé luego que decantó la euforia, que todos y todas de alguna manera también nos asumimos como ovejas negras en la libertad de un mundo que encarcela las posibilidades, las dignidades y los derechos de quienes vivimos en aparente libertad.
Yo quiero seguir convirtiéndome en oveja negra, porque necesitamos más brazos para cambiar el sentido de la corriente.
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