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Democracia Inconveniente

  • Kamo Mendivil
  • 3 sept 2016
  • 4 Min. de lectura

A menos de un mes de la votación al plebiscito por el SI o el NO para que la ciudadanía avale los acuerdos de paz, me convenzo cada vez más de que la democracia no siempre es conveniente.

Autor: Vik Muniz

Pedirle a un grupo de zapateros que opine sobre el futuro de los animales en un zoológico, o a una asociación de fisioterapeutas a que opine sobre las formas de incluir a las comunidades afrocolombianas en los sistemas de seguridad social en una sociedad racista, es lanzarlos al vacío, es preguntar por preguntar y hacerles perder el tiempo, pero sobre todo, poner en riesgo las soluciones que bien podrían tener diseñadas por conocimiento previo un grupo de veterinarios que trabajan en un zoológico, o un grupo de defensores de derechos humanos con enfoque étnico.

Es parecido a preguntarle a unos ciudadanos de un país que ha estado acostumbrado a vivir cotidianamente con la guerra a que opine sobre un futuro posible sin conflicto armado, cuando las armas han estado en las calles en manos de legales e ilegales, cuando nuestra historia en Colombia ha estado escrita y leída en códigos de violencia. Zapatero a su zapato!. ¿Por qué tendríamos que dejar las decisiones que expertos en justicia transicional, acuerdos de paz, estrategias para disminución de los conflictos, derecho internacional humanitario han elaborado por cerca de 4 años, a un tumulto de humanidad que desconoce del tema? La andanada de opiniones defendiendo un Si o un No se ha vuelto la lucha por los egos para probar quien tiene más razón, en un enfrentamiento de ideas insubstanciales que nacen de los twitters o de los informes de prensa tendenciosos, pero no de personas expertas o estudiadas en el tema.

Es decir, si nuestra soberanía reposa en nuestros gobernantes que nos representan y que fueron elegidos por voto popular, se deberán atener aquellos que votaron por primera vez por Santos, a pesar de que tantas veces sugerimos que Mokus sería una mejor opción. Podría no equivocarme cuando digo que muchos de quienes le apuestan al No votaron por Santos. Esa fue la apuesta mayoritaria en el país en el 2009, y hoy tenemos que aceptar las decisiones de gobierno, veladas por un congreso que fue igualmente elegido democráticamente, la única oportunidad que tenemos para elegir a conciencia casi pronosticando la forma como van a administrar las arcas y el poder. Si usted cree que eligió mal aquella vez, asegúrese de votar mejor la próxima vez que vaya a las urnas.

Ahora toda la ciudadanía en Colombia se las da de experta en paz, en atención a víctimas, en estrategias para disminución del conflicto, cuando han ignorado las toneladas de casos de violencia sexual a mujeres en contextos de guerra cuyos victimarios han sido principalmente soldados del ejército, las miles de víctimas de minas antipersonas, poco les han interesado los niños y niñas en las filas de guerrillas y paramilitares, le han volteado la cara a la señora con niños en brazo con el letrero en el semáforo pidiendo ayuda porque es desplazada por la violencia. Ahora sí salen los redentores de los desvalidos, aduciendo argumentos que les da derecho a votar por el futuro de aquellas personas del monte, de la selva de la que seguramente sólo han visto por televisión. Mientras eso pasaba, acá en las ciudades importaron más los partidos de fútbol, el reality de turno, la miss universo o el tratamiento de la estética para blanqueamiento de sonrisas y la reducción de la grasa.

La democracia es inconveniente cuando se otorga el lujo a decidir temas coyunturales a quienes no saben, cuando se pretende poner de acuerdo razones que alimentan el desacuerdo. ¿Por qué someter a la ciudadanía a una pregunta decisiva en la historia del país, cuando se han tomado otras decisiones sin consultarnos? Me habría gustado participar en la decisión cuando el país entró en la apertura económica, o de los tratados de libre comercio, pero no conocemos de comercio internacional. O tal vez sobre los tratados de extradición, pero no somos penalistas internacionales. También sobre la desmovilización de los paramilitares, pero no somos estadistas, o sobre los permisos de operación de las petroleras internacionales, pero poco sabremos sobre minería y sostenibilidad.

Cuando pienso en las campañas por el SI o por el NO al texto del acuerdo final que pone fin al conflicto con las FARC, imagino la tan sonada imagen de poner a 200 micos de acuerdo para tomarse una foto. Yo hubiera propuesto dos cosas: o eliminar el plebiscito, para que se ratifique los que sesudamente eligieron los delegados expertos en la Habana, con cada una de las comisiones poblacionales que participaron y dieron su aval, con la vigilancia internacional y el acompañamiento de quienes han tenido la experiencia del tema, o establecer solamente una población exclusiva para que decida el tema: gente del campo, de la selva, sobrevivientes, víctimas de la guerra, familias desplazadas, entre otros relacionadas directamente con la guerra.

Mientras tanto, el argumento del NO de algunos es perfilar todo por lo más fácil y es bordear el límite de la exageración, bautizando con términos extremos y satanizando procesos, pasó con la “ideología de género” y ahora con uno que aduce que se está entregando el país a lo que han denominado “castro-chavismo”, es decir, temerle en estos momentos a un difunto y a un octogenario, vaya amenaza! Y encima creen que teniendo todo el poder en el monte, ¿las guerrillas se iban a entregar porque sí, perdiendo sus privilegios de libertad, solamente por la paz? Es una negociación y en todo negocio hay que ceder en ambas partes.

Ejemplos recientes en el mundo que pone en cuestión a la democracia, tienen hoy en vilo y arrepentida a la comunidad británica cuando votaron sí al Brexit. En un arrebato nacido por su síndrome de isla, hoy analistas políticos y económicos revisan la inconveniencia de que Gran Bretaña haya salido de la Comunidad Europea, producto de un plebiscito que llamó a su pueblo ignorante de los asuntos económicos a votar.

No vaya a ser que gane el NO en Colombia y tengamos que retroceder por la inconveniente democracia, arrepintiéndonos después de todo lo que se había logrado por primera vez en la historia reciente de Colombia, desechando el mejor acuerdo después de un desacuerdo de casi 60 años, por la obra y gracia de la endiosada e irreflexiva imagen del “sagrado corazón” de la oposición y sus egos.

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