Profe! yo soy homosexual
- Kamo Mendivil
- 18 may 2016
- 4 Min. de lectura
En menos de dos semanas tres de mis estudiantes se han atrevido a contar su condición de homosexuales en medio de las clases de primer y quinto semestre que imparto en el pregrado. En el marco de la conmemoración del 17 de mayo, día internacional contra la homofobia, les aplaudo su valentía en esta sociedad que se resiste a verles como seres humanos con derechos y dignidad.
Video: Caribe Afirmativo.
Mauricio interrumpió mi clase del miércoles para entregarme un trabajo del día anterior que no había podido terminar. Yo le hice pasar en medio del salón y con su evidente ademán femenino cruzó desde la puerta extendiendo su tarea a mis manos. Se despidió de beso en la mejilla y al dar la vuelta, justo cuando iba saliendo por la puerta, un par de silbidos sonaron al unísono calificando su aparición en clase como un espectáculo de poca monta. Mauricio sólo volteó a mirarlos con molestia y salió. Yo, la profesora, tenía dos opciones en ese momento: pasar el incidente desapercibido como muchos de los rechiflidos dirigidos a homosexuales hombres que transitan por las calles de Barranquilla y de Colombia, o sentar una posición en contra para hacer valer la autonomía y la decisión de un ser humano para expresar su orientación sexual. El acto me había parecido la manifestación más cobarde de la virilidad, unos chicos, hombres, en defensa de su masculinidad le reclama a otro por atreverse a ofender el “ser macho” y esperan que su compañero dé la espalda para ridiculizarlo de forma trapera en anónimo en frente de un salón de clases. Tal vez Mauricio ya esté acostumbrado a esto, pensé, pero no lo iba a permitir en mi clase, en uno de los pocos espacios en el que quienes enseñamos podemos tener autoridad y capacidad para arreglar el mundo.
Yo, la profe, suspendí la clase y reclamé enérgicamente la falta de respeto contra el compañero. Sabía que los responsables no reconocerían su gracia, pero dejé claro que en mi clase eso no volvería a pasar, sino, levantaba un acta exponiendo la falta de respeto y de discriminación ante los directivos de la Facultad. Nadie dijo nada. Después, cuando ya había bajado mi aparente molestia, pensaba sólo en que estos chicos a los que había reprendido no eran más que el producto, la escultura que habían moldeado de ellos, lo que les habían enseñado que era normal o aberrante, por ejemplo, que un hombre no podía “bajar de categoría” al cruzar esa línea de lo masculino a lo femenino, y por ello debía ser sancionado moralmente. Luego me compadecí de ellos, porque era probable que algunos tal vez se habrían hecho preguntas sobre su sexualidad, pero ya habrían encontrado las respuestas empaquetadas sin derecho a cuestionarlas.
En ese momento recordé un suceso similar en 2011 con Jair, un estudiante de primer semestre que era travesti. En aquella época, durante la segunda clase unos estudiantes rechiflaron a su compañero cuando salió del salón luego de pedirme permiso para responder una llamada. La respuesta de mi parte fue la misma.
De esa época recuerdo que algunas chicas que apoyaron mi reacción comentaron que algunos profesores fomentaban el bullyn a los estudiantes homosexuales, les exponían para ridiculizarles en el tablero y les exigían académicamente más que a los demás. Ese estudiante no terminó el semestre, se retiró porque no resistió la homofobia en la Universidad.
Y mi argumento en ambas ocasiones fue que si en la Universidad, ese espacio donde convergen las diferencias para respetarlas y aprender de ellas, algunos estudiantes y profesores habían discriminado a personas de la comunidad LGBTI, qué se podía dejar para la calle, ese No-lugar en el que transitan con cierto temor porque las ofensas se hacen anónimas y la discriminación es avalada por la costumbre.
El 17 de mayo sirve para recordar a aquellas personas que en su derecho a elegir a quien amar, han sido asesinados y asesinadas, han sido víctimas de acoso y discriminación.
Sólo recuerdo cuando era adolescente e iba al desfile Gay, uno de los espacios que ganó la comunidad LGBTI en la programación del Carnaval de Barranquilla: un recorrido de cientos de gays bailando haciendo honores de los ritmos tradicionales de la Región, obnubilando a quien les veían con la fantasía reflejada en sus vestuarios, maravillando con sus coreografías, accesorios y maquillajes. Y a esa edad me preguntaba por qué algunos y algunas tenían que salir con sus rostros ocultos, en vez de sentirse orgullosos por tan hermosa puesta en escena. Pero seguido de eso escuchaba cómo algunas personas que iban a verles, se jactaban ofendiéndoles a gritos, reclamando con furia y burla su ser homosexual.
Si bien las luchas feministas se han erigido en defensa de las mujeres en, desde y para el cuerpo de las mujeres, también se ha solidarizado con las luchas por los derechos de la población LGBTI. Nacida mujer heterosexual no podré imaginar siguiera qué significa sentir que se “nace en cuerpo ajeno”, pero sí entiendo lo que es que una estructura cultural e institucional disponga de sistemas de exclusión por la condición sexual, para mi caso, el ser mujer.
Mauricio contaba justo ayer en mi clase, cómo el vivir en su cuerpo de homosexual le había llevado a superar una primera lucha: “profe, si uno no se acepta como es, cuesta más defenderse” dijo frente al salón. Nos contó que hace parte de un movimiento activista por los derechos de su comunidad, para poder seguir su lucha en el reconocimiento de su dignidad en la Universidad, en su ciudad, en el mundo. Por eso aplaudo su valentía y la de otros dos estudiantes que en medio de la clase han dicho sin temor su condición sexual, dos de ellos hombres y una mujer, en esta sociedad que se resiste a verles como seres humanos con derechos y dignidad. Yo como profe, les garantizo que al menos mientras sean mis estudiantes, recibirán el valor que se merecen.
17 de mayo, día de la No homofobia ni la Transfobia!
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