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La sonrisa de Yulimar

  • Kamo Mendivil
  • 3 jun 2016
  • 5 Min. de lectura

1ra escena: (Voz en off) En el Caribe Mágico suceden cosas increíbles . Cámara lenta de personas sonriendo con el cabello al aire, dando pequeños saltos a la orilla del mar.

2da escena: (música de cumbia y gaitas) imágenes aéreas de lugares paradisiacos del Caribe (preferiblemente desde un Drone).

3ra escena: (Voz en Off) Esta es la historia de amor entre Rafael Rojano y Yulimar Gennis. - Imágenes de la Plaza de Sabanalarga – Atlántico

(Voz en Off) tres años de amor, entrega y pasión, se funden en un solo hecho que marcará sus vidas. Imágenes de una mujer de espaldas frente a un espejo.

Conozca más sobre esta historia en.. La sonrisa de Yulimar.

Alegoría a la primavera, Sandro Botticelli.

Hace un par de años me sorprendí por lo avanzada de la tecnología fotográfica en la que, al sonreír, la cámara digital detecta tus dientes y captura de forma automática la foto. La sonrisa, componente fundamental de las fotos sociales había impulsado un adelanto tecnológico. Podemos hablar entonces del poder de la sonrisa: “Ríase que por eso no se paga impuesto”, se escucha en las calles, “sonreír es la mejor terapia” se expone en los diarios según las últimas investigaciones de alguna universidad gringa o europea, “Colombia el segundo país más feliz del mundo” dirá algún otro informe, y asumimos que todas esta felicidad se expresa en la común e involuntaria contractura de los músculos faciales que llevarán a mostrar los dientes, esos pedacitos de huesos esmaltados que hoy se pueden ya moldear y blanquear al gusto. Y en esta idea del Caribe Mágico, del Macondo que vive en cada rincón de este pedazo de tierra, que sugiere una felicidad inagotable, podríamos pensar que los nombres sugestivos, la creatividad caribe da para todo, pero algunas de ellas no se cuentan en ese tapete mediático, porque tal vez no importan tanto estas historias, porque no valdría la pena desgastarse en algo irreparable. Porque lo insólito tiene lugar en este Caribe que todavía le falta amar más a las mujeres.

Yo aprovecho y les cuento la historia de por qué Yulimar no puede sonreír en los últimos días del mes de mayo de 2016, y por qué su historia no protagonizaría un spot televisivo promocionando la Magia del Caribe.

Yulimar, un nombre femenino del Caribe por antonomasia, no puede sonreír, no por decisión propia, sino por un suceso que parece extraído de una película de terror, lo que llamarían en el mundo de los Thrillers como “Gore”: su expareja, Rafael Rojano, le extrajo 4 piezas dentales con una pinza y luego tras los golpes múltiples con esta herramienta, le fracturó su mandíbula inferior. Por eso Yulimar no puede mostrar sus dientes, porque seguramente el dolor físico, pero sobre todo el emocional le debe estar destrozando el alma.

Yo escuché la noticia porque mi esposo me la contó “Kamo, ¿supiste lo de la mujer que el marido le sacó los dientes?” , después la escuché por radio. En la sororidad que envuelve a las mujeres que sentimos que “lo que le pasa a una nos pasa a todas” me quedé con los ojos exorbitados tratando de entender lo que había pasado. No era ficción, no era una historia sorprendente de esas que enorgullecen a todo nacido en el Caribe, era la realidad a 1 hora y media de Barranquilla. Me imaginé a Yulimar tratando de luchar por su vida, pensando en la hija de 5 años que estuvo a punto de dejar huérfana, porque un hombre, Rafael Rojano, decidió que su cuerpo y su vida le pertenecían. Me imaginé también, de forma atrevida, cómo pudo haber premeditado todo su agresor para buscar la herramienta precisa que le permitiera torturarla. Tortura es el nombre adecuado para esta sanguinaria forma de hacer visible una discriminación que se oculta en acosos callejeros revestidos de “inocentes piropos”, en comentarios sexistas desprovistos de aparente malicia, en la restricción cultural que tienen las mujeres caribeñas para la autonomía sobre su propio cuerpo, en decidir incluso en su espacio privado del hogar, donde un hombre apoderado de su derecho de penetrar en su vida y lesionar su dignidad, entra a un cuarto a asaltar y torturar a aquella a quien alguna vez le juró amor.

Convoco a un llamado civil y ciudadano para que ni Yulimar ni las demás que estén en una situación similar se sientan solas. Pienso en la fuerza que necesitará ella para volver a sentir la felicidad y poderla expresar con sus labios, siquiera pensar en exponer sus dientes para sonreír en la foto familiar, para mirar a su hija y decirle que espera que eso no le pase a ella también, pero también en la sonrisa que nace de un sentimiento de amor propio, de poder amarse frente al espejo porque ve su rostro y su historia reflejado en él, del producto de un abrazo que le dé la seguridad que no volverá a ser la causa ni la consecuencia del odio de alguien más.

Y lo que más me preocupa es que infortunadamente ésta no será la última, y en el registro de prensa, aunque los periodistas hayan tratado de advertir la creciente cifra de mujeres violentadas a razón de su sexo, el suceso sigue presentándose como un simple anuncio noticioso que no pasa de generar asombro por lo inimaginable y lo absurdo de este Caribe Mágico, de cómo un hombre tuvo la ocurrencia de esa forma particular para cometer un acto de odio contra una mujer, porque la historia se repetirá en algún momento con alguna otra y la gente quedará igualmente sorprendida los siguientes 15 minutos de haber leído, visto o escuchado la noticia, para luego olvidarlo con el campeonato de fútbol, el reality, la novela o el reinado de la temporada. Porque también se asume que fue una reacción descontrolada por los celos del agresor y no porque en la cultura institucionalizó en la cabeza de Rafael Rojano que para ser hombre debía demostrar su fuerza a través de la violencia, y que ser el marido de alguna le daba el derecho a decidir sobre el cuerpo de aquella (según reporta la prensa estaba pensando en matarla pero finalmente la torturó).

Una sonrisa para Yulimar para que sienta que no está sola, que ella vale la pena en este mundo, que su ser mujer la hizo víctima de una barbarie, que ella no tiene la culpa, que también ella ha sido producto de una cultura que le repite a las mujeres “aguante mija que ese es su marido”, “baje la cabeza cuando la grite”, “no lo provoque” o “tranquila, cúmplale que eso se le pasa”.

Yulimar, necesitamos que retomes las fuerzas para que tu sonrisa le enseñe a otras mujeres sobrevivientes como tú, que no se atreven a denunciar por la vergüenza de reconocerse como víctimas, que necesitan aprender a reconocer a los agresores y saber que este mundo nos ha querido a medias a las mujeres, nos veneran en las fechas que convienen, pero nos olvidan cuando no les conviene recordar, porque estas historias nadie las quiere escuchar, porque también pasan en el Macondo que se ha inventado para acomodar la felicidad aparente de este pedazo de tierra.

Yulimar, aunque parezca difícil sana tus heridas, y por favor! no dejes de sonreír.

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