Alucinaciones
- Kamo Mendivil
- 23 jun 2016
- 5 Min. de lectura
Una reflexión sobre los ataques con ácido contra mujeres, a partir de los últimos hechos ocasionados contra una mujer en Barranquilla, una muestra más de la marcada idea patriarcal de poseer y dominar el cuerpo de las mujeres.

Autor: Rafael Oblinski – Obra: Manon Lescaut
Jonathan Vega “alucinaba con su víctima, y que en la confusión de su delirio veía que Natalia Ponce se burlaba de sus genitales, de su sexualidad” [1]. Esa fue la explicación que dio su abogado el pasado 23 de mayo de 2016 en el juico por haber atacado a Natalia el 24 de marzo de 2014 cuando salía de su casa: una alucinación. En Colombia el nombre de Natalia Ponce de León es emblemático, por haberse levantado en la lucha jurídica para hacer responder por los daños a su rostro y a su vida y a las víctimas de ataques con químicos en el país, logrando así que el pasado 6 de enero el presidente Juan Manuel Santos sancionara la Ley 1773, llamada también “Ley Natalia Ponce” con la cual no solo se tipifica como delito autónomo dicha conducta, sino que también se aumentan las sanciones para los responsables y elimina beneficios como la suspensión condicional de la ejecución de la pena y la prisión domiciliaria.
Sin embargo, seis meses después de promulgada la Ley, en Barranquilla Carmen Sofía Torres Gómez, de 32 años, fue atacada por su expareja en su propia casa luego de que ella le devolviera un teléfono celular que le había regalado Gustavo Rafael Barrios Padilla quien le arrojó ácido en el rostro. Un caso similar ocurrió en Barranquilla el 11 de enero de 2015 contra Yarnelis Bermejo Mendoza, ama de casa de 33 años, atacada por su expareja quien esperó su descuido en su casa para ingresar y arrojarle ácido de batería en el rostro.
Lo verdaderamente alucinante de estas historias es que el acto de agresión es totalmente premeditado y planeado: imaginen tener el deseo de dañar la vida de alguien desfigurando su rostro, a sabiendas del dolor que esto ocasionará en su cuerpo y que vivirá para recordar ese hecho, comprar un químico, prepararlo, envasarlo con el fin de deformar el cuerpo de su víctima para que viva con la imposibilidad de llevar la vida que tenía antes, todo por aleccionar, por atreverse a finalizar una relación sentimental o por que alucinó que se burlaba de sus genitales.
La explicación que encuentro para este tipo de torturas se debe a la noción enraizada en la cultura de que el cuerpo de las mujeres ha sido asumido por sus parejas y pretendientes como su propiedad, es decir, anularles la capacidad de decisión sobre sus cuerpos. Y estos hechos no son aislados o corresponden a la esquizofrenia de un hombre obsesionado, sino que han sido alimentados poco a poco por todo un entramado cultural que reafirma esta posición de poder de los hombres sobre las mujeres, se presenta como un acto de intento de feminicidio, pues lesiona inicialmente el rostro y cuerpo de la atacada en un acto que envía un mensaje de posesión sobre el cuerpo: “si no es conmigo, no es con nadie”, ni siquiera con ella misma!
Según las investigaciones adelantadas por el Instituto Colombiano de Medicina Legal y Ciencias Forenses y el Ministerio de Salud de Colombia, este acto de tortura contra la víctima tiene unas características similares, entre ellas la conducta del agresor: “la intención del agresor principal –que no siempre es quien arroja el ácido- es desfigurar, mutilar, torturar o asesinar a la víctima con el fin de “castigarla”. El químico es lanzado generalmente hacia la cara de la víctima y, por escurrimiento, genera quemaduras del cuello y tórax. A diferencia de otros países, en Colombia se han presentado casos de ácido lanzado hacia la zona genital generando quemaduras en áreas adyacentes del vientre y miembros inferiores. Quemar la cara, zona de reconocimiento social, o los genitales, espacio relacionado con el placer sexual, señala la intención de marcar y dañar permanentemente la identidad y el placer de la otra persona. Se trata entonces de una conducta planificada frente a la cual el o los agresores no refieren sentimientos de culpa.”
En el protocolo de Atención Integral de Urgencias a Víctimas de Ataques con Agentes Químicos del Ministerio de Salud de Colombia expedida el 16 de octubre de 2014, 7 meses después del ataque a Natalia Ponce, se afirma que “en países en vía de desarrollo como Bangladesh, India o Camboya, el ataque con químicos ―particularmente ácidos― se utiliza como mecanismo de control, venganza o castigo contra mujeres y niñas, de ahí que se le catalogue como crimen de género… para comprender la magnitud de esta violencia en Colombia, conviene comparar los datos con aquellos de los dos países con la más alta prevalencia de estas agresiones: Pakistán y Bangladesh. Aunque en números absolutos tienen más casos que Colombia, la relación de casos por población de mujeres sitúa a Colombia con la tasa más alta” según la comparación establecida en el 2012 entre tres países en el que Colombia encabeza con una tasa de 3,98, le sigue Pakistán con 1,06 y Bangladesh con 0,83.
Es por ello que a fuerza de los casos registrados, desde el primero del país encontrado en 1997 en Bogotá hasta la fecha, la legislación colombiana se ha visto forzada a crear la Ley 1639 de 2013 por medio de la cual se fortalecen las medidas de protección a la integridad de las víctimas de crímenes con ácido y se adiciona el artículo 113 de la Ley 599 de 2000 que busca “fortalecer las medidas de prevención, protección y atención integral a las víctimas de crímenes con ácido, álcalis o sustancias similares o corrosivas que generen daño o destrucción al entrar en contacto con el tejido humano”. También el último avance legislativo con la Ley Natalia Ponce en el 2016, se entrega al Gobierno Nacional la responsabilidad de formular en un plazo de 6 meses a la expedición de la ley, una política pública integral a las víctimas de ataques con ácido y otras sustancias químicas, garantizando el acceso a la atención médica y sicológica integral.
¿No es alucinante que en un país como el nuestro haya que formular este tipo de leyes para prevenir y sancionar los ataques con ácido, especialmente contra las mujeres? En principio porque estos casos no deberían haber existido, pero también, porque culturalmente se ha hecho toda una plataforma de imágenes, estereotipos y comportamientos, para que se generen las posibilidades de que en la falsa idea de posesión que se ha convencido a las masculinidades de nuestra sociedad, se agredan a las mujeres de esta forma tan aberrante.
[1]Leer nota completa en http://www.elheraldo.co/nacional/jonathan-vega-alucino-que-natalia-ponce-se-burlaba-de-su-sexualidad-psiquiatra-262321
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